Romance

La psicología del romance. Hans Kern. Año 1.937.

Hay que amar. Hay gente que se resiste y que por eso enferma. Estamos en un cambio de conciencia muy fuerte. Miro cómo ha pronunciado la palabra fuerte y trato de apretar los dientes contra el labio de abajo, como para decirlo también: fuerte. Pienso: fuerte. Estoy allí, con mis dientes, con mis labios, con mis ojos, mirando lo que me dice el psicólogo. Porque si piensas en tus miedos…sigue hablando. Es raro. Estar en el psicólogo se me hace raro. Pensaba: psicólogo. Y pensaba en la cabeza. En mi cabeza. Pensaba en que iba a estar ahí, con el hombre del anuncio en el buzón, y pensaba en mi cabeza y en que iba a estar ahí con él y con mi cabeza, pero ahora solo se me ocurre pensar en mis dientes y en mis labios y en mis ojos mirando cómo pronuncia las palabras que pronuncia. ¿Le digo eso de que no puedo mirar bien a los ojos? No lo sé. A lo mejor ya se ha dado cuenta. El psicólogo del anuncio, pienso. Y me acuerdo del papel en que se anunciaba y del buzón y de que cuando lo saqué también saqué otro papel de una carnicería nuevo en la que sorteaban un jamón. ¿Cuándo era? Intento acordarme del sorteo del jamón. Pero no. Nada. No sé si lo tiré o no. ¿Crees que yo no tengo miedos? El hombre sigue. Tiene la lengua rosa. Cuando pronuncia algo se la veo. Eso está bien. Hay que tenerla rosa. Blanca es malo. Y verde. Y amarilla. Hay que tenerla color carne. Rosa. Lo leí una vez. He llegado puntual. He llegado a la hora que quedamos por teléfono. Pero llevamos ya más. ¿Cuánto cobrará por hora? Llevamos ya sesenta y algo minutos. Sesenta y siete, creo. No quiero mirar el reloj. Mi reloj. Pero le miro el de su muñeca. Lleva reloj y se lo miro. Con mis ojos. Mientras habla. Lo que sea menos mirarle a los ojos. No puedo mirar a los ojos, no mucho, no bien, cuando me hablan. Ni tampoco cuando hablo. No puedo. ¿Se habrá dado cuenta ya? Sí, ha tenido que notármelo. Ha tenido que verlo, que no miro a los ojos. Tiene que estar ciego si no se ha dado cuenta aún. Y le miro la muñeca de nuevo. De vez en cuando la pone hacia mí y puedo ver bien la hora que es. Mueve mucho las manos. Y los brazos. Los brazos y las manos. Como para decir. Hay gente que habla así, con la boca y con los brazos y con las manos, con la boca diciendo y con los brazos y con las manos y con los gestos como para decir también, como queriendo decir. Y hay gente que no mira a los ojos cuando habla o cuando le hablan. Y van al psicólogo. Pero los que hablan también con los brazos y con las manos no. O este al menos no. ¿Cuánto irá a cobrarme? A lo mejor mientras habla y mueve los brazos y las manos piensa también en lo mismo, en cuánto va a cobrarme. A lo mejor por ser el primer día no va a cobrarme más de una hora. A lo mejor lo está alargando pensando en no cobrarme todo, pensando en cobrarme solo la hora y que me vaya pensando: solo me ha cobrado una hora. A lo mejor por eso mueve tanto los brazos y las manos, el brazo izquierdo y la mano izquierda más, más que el los otros, que el derecho y la derecha, para que vea el reloj y la hora que es y que nos hemos pasado de la hora ya. A lo mejor es eso. Y piensa: uno que no puede mirar a los ojos cuando habla ni cuando le hablan…seguro que se va tocado a casa si nos pasamos. Seguro que me llama en seguida para otra consulta. ¿Cómo se reparten las llamadas aquí? Si la mujer es la que da los masajes en los pies, ¿cómo saben que uno que llama no es para eso? Es raro. Al entrar me ha parecido raro. He pensado: raro. Ya al llamarle, cuando me dijo: clínica de masaje. Ya entonces me pareció raro. Y pensaba en mí y en mí viniendo aquí, a la consulta del psicólogo que además da masajes en los pies. Porque la que se anuncia para masajes en los pies es la mujer. Pero antes ha dicho que también él daba. Que también él tenía el título. ¿Lo ha dicho? No lo sé. Intento acordarme del buzón y del folleto del psicólogo. Me acuerdo del papel de la carnicería y del sorteo del jamón, pero no me acuerdo de si había algo más. Siempre hay algo más, algún folleto más, pero no sé si había alguno de masajes en los pies. Si los da la mujer, seguro que hicieron dos folletos, uno para la consulta de psicología y otro para la consulta de podología o como se llame. Sí, seguro. Así se ahorran algo. En el reparto o en la imprenta o en algo seguro que se ahorran algo. En la oficina lo hacemos así. Pero no sé. Es raro. En la oficina cuando cojo el teléfono siempre es para lo mismo. Casi siempre es para lo mismo. Llaman y les miro lo que les viene de seguro este año. Y dicen que es caro. O no dicen nada. O se han dado un golpe con una columna del garaje y llaman para preguntar qué se hace. Que qué hacen, preguntan. Y les paso con los de siniestros. Y ya. Pero aquí…¿cómo lo hacen? Si uno llama, cuando uno llama, ¿le preguntan si es para psicología o para lo de los masajes en los pies? ¿Qué te preguntaron? Intento acordarme. No, no me acuerdo. Sí, lo cogió él. A lo mejor es eso. A lo mejor por eso, como me lo cogió él, por eso no me preguntó, por eso pensó: psicología. Aunque también tiene el título para lo de los masajes. Lo ha dicho antes. ¿Lo ha dicho? No sé si lo ha dicho o he sido yo, si lo he visto en la pared de fuera. En la pared de la sala de espera. Sí que he pensado: aquí esperan los de psicología y los de los pies. Y he pensado: raro. Y cuando he visto el título de psicología de él y el de los pies de ella, he pensado: ¿ya? Y he mirado y mirado la pared, he mirado por toda la pared con los títulos y los certificados y los diplomas y los cuadros con cosas dentro tratando de encontrar el título de psicología de ella y el de los pies de él, no sé por qué. Y desde que ha dicho que también él tiene el de los pies solo pienso en salir y en mirar otra vez la pared con los títulos y las cosas y encontrar el de los pies de él y el de psicología de ella, porque me parece desde que ha dicho eso que también ella tiene que tener el de psicología, antes me parecía que a lo mejor lo tenía, pero no, ahora, de repente, desde que ha dicho eso, de repente me parece que su mujer también tiene que tener el de psicóloga, y me parece que han tenido que estudiar juntos, que se conocieron en la carrera y que estudiaron juntos y que terminaron juntos y que luego se sacaron el de los pies, también juntos. Y no sé cómo son las prácticas en psicología, pero me imagino las prácticas en lo de los pies, y me los imagino a los dos en un sofá, en el sofá de su casa, con los pies en la mano, cada uno con los pies del otro en la mano, y la tele puesta, no sé por qué. Deja que la vida te conduzca en lugar de querer conducirla tú, me dice. Terminamos. Ya, pienso. Y se mira el reloj. Mueve el brazo y levanta la mano y se la lleva a la barbilla, a la cara, y mira el reloj y dice: vaya, nos hemos pasado. Y lo hace como si no lo supiera. Salgo. Salgo y salgo. Y cuando estoy fuera ya, en su calle, como un árbol de los de su calle, me acuerdo de repente de que no he mirado si estaba colgado el título de psicóloga de su mujer. Ni el suyo de los pies.

Pienso en lo último que me ha dicho. En eso de la vida. ¿Cómo era? Deja que la vida te conduzca. ¿Era así? ¿Deja que la vida te conduzca? A lo mejor no lo ha dicho así. Pero sí, era algo así. Abrazar el amor. Soltar el odio. Que deje que la vida me conduzca. En lugar de querer conducirla yo. La calle está como estaba antes de que entrara. Algo menos clara. ¿Qué hora es? La miro. Un perro ladra lejos. ¿Lejos? Tendría que haberle preguntado por lo de los perros. Por qué me dan tanta cosa. Tanto miedo. Tengo que hacer una lista con las cosas para la próxima consulta. Con lo de los ojos y los de los perros y lo de las puertas.

Fin

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