Kindertotenlieder

«La única salvación para los vencidos es no esperar salvación alguna». Virgilio.
Soy de frases. Siempre lo he sido. Siempre me han gustado. En la escuela, en clase de latín, era lo que más me gustaba. Esas frases de Aquiles, de Áyax o de Eneas en el libro de cultura clásica. Y los dibujos. Los dibujos con ellos, con Aquiles y con Áyax y con Eneas, peleando, ardientes, fuertes. Y hay que pelear. He visto que hay que pelear. Que cada día es una pelea. Contra el espejo o contra el cajón, contra las fotografías, contra el televisor, contra el sueño, una pelea contra uno mismo. Quizá contra uno mismo sea la peor de todas. La más difícil. Creo que va la vida en ella.
Me digo que tengo que creer, en mí, en lo que escribo. Me lo repito. Me lo repito. En la ducha. En el coche. En la oficina. Me lo repito. En la cama. En la ducha otra vez. En el coche otra vez. En la oficina otra vez. En la cama otra vez. Siempre. Me lo repito y me lo repito. Y me duermo así. Repitiéndomelo. Y despierto. Tengo que despertar. Día tras día. Y repetirme lo mismo. Que valgo. Que valgo. Que valgo para escribir y que vale algo lo que escribo.
Aunque suspendiera latín.
Actualmente trabajo en una serie de relatos sobre la lucha de nuestro niño interior que quiere salir. Que necesita escapar. Que se ahoga. Lo he titulado “Kindertotenlieder”, pues me parece que guardo, que guardamos, esos profundos ecos de nuestra infancia en algún lugar. La pregunta es: ¿tan enterrados, tan muertos?
Los sonámbulos

“Todo aquello que vemos esconde alguna otra cosa más, siempre queremos ver lo que está oculto a través de lo que vemos”. René Magritte
El sonambulismo es un trastorno del sueño en el que se desarrollan actividades motoras automáticas, sean sencillas o complejas, de las que la persona no tiene consciencia y no puede recordar una vez se ha despertado. Un individuo sonámbulo puede levantarse de la cama, caminar, orinar, cocinar, conducir un vehículo, entre otras actividades; pero los episodios más comunes de sonambulismo son aquellos donde la persona simplemente se sienta en la cama y mira a su alrededor o dice algunas cosas incoherentes.
Los sonámbulos tienen los ojos abiertos, así perciben el entorno, pero no se ven como cuando están despiertos, la mirada es ausente y la cara inexpresiva. Los sonámbulos suelen creer que están en lugares diferentes y tienden a volver a la cama por iniciativa propia, pero a veces pueden acostarse en lugares inusuales.
De niño me pasaba. Tenía mucha sed. El pasillo me daba miedo y tenía mucha sed, con lo que pedía agua. Decía: agua. Y mamá refunfuñaba. Desde su cuarto. No quería levantarse a la primera. Esperaba a que me durmiera. El pasillo me daba miedo. No quería salir. Escuchaba los muebles crujir. El suelo. Mamá refunfuñaba. Yo pedía agua otra vez. Otra vez. Y otra vez. Ella refunfuñaba. Y sin querer me dormía. Con sed. Con miedo. El cuarto crujía negro. Pero me dormía. Y despertaba. Temprano. Despertaba en el baño. En la alfombrilla del baño. Hecho un ovillo. Como un perro. Despertaba y me había orinado. Era lo último que se soñaba: orinarse encima. Uno no quería. Se aguantaba. Apretaba. Apretaba. Pero en el sueño parecía todo bonito. Parecía fácil. No importaba. Mamá me escuchaba. Se levantaba. Venía y gritaba. Le gritaba a papá lo que había hecho. Me metía en la bañera. El agua salía fría al principio. Me metía sin esperar a que se calentara. Vivíamos en un sexto. El agua caliente tardaba en subir. Me daba frío. Mamá estaba enfadada. Anoche no la había dejado dormir. Luego al ir a por agua había hecho ruido. En la cocina. Que qué había estado tocando, me preguntaba. Que con quién hablaba.
Los sonámbulos, como mi madre, nos interrogan: ¿estábamos despiertos?