La máscara

Fabricación de una máscara mortuoria o «totenmaske». Año 1.908.

A lo mejor hay que decir algo. No lo sé. Nadie dice nada. Nadie habla. Miran. Miramos. No sé por qué he entrado. He entrado para verlo. Solo un poco. Solo un segundo. Verlo y salir. Eso he pensado antes. Antes de entrar. Hay velas. Es lo primero que he visto al entrar. Antes que al tío G.. Las velas. Como un ojo. Mirando al lado de la cama. Sucias. Arrastrándose. Mirando por el tío G.. Con los ojos cerrados. Tocando la cama. Las sábanas. ¿Tocando? Tiene la cara extraña. Se la han dejado extraña. No es la suya. ¿Cómo era?

Miro a los primos. Al primo A.. A la tía. A papá. A lo mejor también lo piensan. Miro. Parece que lo piensan también. Lo de la cara del tío G.. Tan extraña. También la tía L. parece otra. Y el primo. Y papá. Sí, todos parecen extraños. Cambiados. Como cambiados. Mirando así la cama. Cansados. Mirando al viejo cansado. Cansándose. No sé por qué he entrado. No sé qué decir. A ratos me parece que con mirar basta. Que mirar y que te vean mirar es bastante. Y estar callado. No saber qué decir. Parece que con eso es bastante. Como las velas. Como el tío G.. Muerto. Muerto. Parece que desde siempre. Siempre tan viejo. Tan enfermo. Las piernas. Los pulmones. La barriga. Siempre. Siempre. Se me ocurre que siempre han estado esperando a que pasara. También yo. Siempre lo hemos esperado. Lo de las piernas. Y después de lo de las piernas lo de los pulmones. No, después no. Antes. Cuando tuvo lo de las piernas ya esperábamos otra cosa. Lo de los pulmones. Y cuando lo de los pulmones otra cosa. Las tripas. Escondido. Era como si lo tuviera todo escondido. Como si lo tuvieran preparado. Como si tuvieran hablado cuándo, cómo salir. Esperando. Siempre esperando. Me parece que lo metieron en su cuarto para esperar. Para que esperara. Para lo de las piernas y lo de los pulmones y lo de las tripas. Para que llegara todo. Para el final. Miro las manos, grandes, cansadas. El tío G. siempre estaba en el campo. Los primos merendaban en casa. Con su madre. Esperando que volviera. Tardaba. Hablaba de la iglesia. En el bar. Volvía y hablaba de la iglesia y de ayudar a construir la nueva cruz. Ya. Nos vamos. Ya. Ya se lo llevan. Nos vamos. En la puerta lo pienso otra vez.

No sé cómo era su cara.

Ya. El coche sale como puede de la calle de la iglesia. En la esquina da por un lado. Todo es estrecho. Se caen flores de una de las coronas. Dos o tres.

Fin

Anochece

Desnudo en Dramont. Marc Chagall. Año 1.955.

Después de las siete. Ya es de noche. Las mesas. Las sillas. Todo ordenado. Y gente. Gente ordenada también. En mesas. En sillas. Beben. Comen. Piden mas bebida, piden más comida, beben más, comen más. Me duele la cabeza. Beben. Comen. Beben y comen y beben y comen.  Si la cabeza no doliera se estaría bien aquí. Como ordenado. Mi mesa. Mi silla. Uno sale. Se sienta ahí. Me pregunto cómo olerá el baño. Lo limpian todos los días, todas las tardes y todas las noches, varias veces todos los días y todas las tardes y todas las noches. Se ven siempre mujeres con fregonas y cubos y agua sucia y agua limpia. Seguro que huelen bien. A ese le llevan un bocadillo. No me da tiempo a ver de qué es. Espero. Espero. Miro y espero. Ya. Queso. Queso y otra cosa. Algo más. Muerde. Espero a que muerda. Muerde y mastica y traga como si no hubiera nadie mirándolo. Como un perro. Ya muerde otra vez. Ya. Tengo que mover la boca. Hago como si comiera también. El suelo. El suelo es negro oscuro. Se ven bien los trozos de cosas. Restos de pan. Azúcar. Servilletas. Dos manchas de aceite. Se ve todo bien. Incluso el azúcar. Ya. Muerde otra vez. Bebe de su cerveza. Me fijo en cómo mueve la cabeza, el cuello y todo. Hay dos. Hay dos clases: los que llevan la comida a la boca y los que no. Los que llevan la boca a la comida. Como un perro. El hombre come así. El suelo es tan negro que lo ve todo. Café. Huele. Ya. Si, huele. Tengo que quedarme en mi mesa. En mi silla. Echo la cabeza atrás. Duele. La espalda y el cuello y los ojos y todo. De todo el día. Después de las siete ya es de noche.

Fin

El nuevo letrero

Bäckerei Ernst Müller, Hannover, 1921

No sé quién fue. Creo que el primo A., pero no lo sé, un día alguien dijo que un hombre preguntaba por el tío G.. En casa de los abuelos. Subí yo a llamarle. Estaba en su cuarto. En su cama. Leía. La levadura. Leía de un libro viejo sobre la levadura. Le dije que un hombre preguntaba por él. Era raro. Porque todos decían que el tío G. no tenía amigos. Que era raro y que por eso no conocía a mucha gente. Pero había un hombre. Preguntaba por él. Lo pensaba mientras subía. Bajé con él. No con él: detrás. Detrás suya. Bajé detrás de él. Las escaleras de casa de los abuelos hacían ruido. Eran de piedra pero el borde estaba hecho de madera. Por eso sonaban. Se nos escuchaba bajar. El hombre que preguntaba por el tío estaba con el primo A.. Sí, con el primo. Ahora me acuerdo. Fue el primo A. el que primero lo vio. El hombre traía el letrero debajo del brazo y se le veía un poco. Esa noche ya estaba colgado.

El tío G. era panadero. Así decía el letrero de su puerta: panadero. No panadería. Mamá y la tía L. le preguntaban por qué lo había encargado así: panadero, panadero y no panadería. En todas las panaderías ponía: panadería, no panadero. Panadero no lo ponían en ningún sitio. Se lo preguntaban, le explicaban que en todas partes ponía panadería y que no tenía sentido poner panadero, que en el pueblo, en la otra panadería, ponía panadería, y no sol en el pueblo, en la ciudad también, que donde nosotros vivíamos, al lado, debajo de casa, en la puerta de al lado, había una panadería y que ponía panadería. Eso le decía mamá. Y horno. Que probase con horno. En algunos sitios también había visto que ponía horno.

Que encargara otro letrero. En la comida. Se hablaba de eso en la comida. Creo que se lo decían mamá y la tía L.. O la abuela. No me acuerdo. Pero siempre alguien hablaba de eso, de la panadería y del letrero de la panadería y de que el tío debería cambiarlo, encargar otro, encargarle otro al mismo que se lo había hecho, porque era bonito, el letrero era bonito, era blanco, con las letras en amarillo, no en amarillo, en dorado, en algo así como dorado, y con el dibujo de de una espiga de trigo, dorada también, el letrero estaba bien, pero había que cambiar lo de panadero, había que poner panadería, sí, con panadería quedaba mejor, estaría mejor: panadería, y la espiga dorada al lado. Sí, mucho mejor así. Aunque no tuviera nombre. Mamá decía que tenía que ponerle un nombre, que lo de panadería, sin más, tampoco estaba bien, que tenía que pensar un nombre para la panadería, un nombre bueno, y encargar el letrero entonces, con la espiga, la espiga les había gustado a todos, no querían quitarla, pero el nombre sí, cambiar lo de panadero por panadería o por horno y darle un nombre. Un nombre. Así comíamos a veces. Hablando de la panadería y del cartel de la panadería. Del pan no. Del pan que el tío G. traía no se hablaba. Su pan. Bueno, dorado. Pero no se decía nada de él. Lo partíamos. Lo masticábamos. Lo tragábamos con la comida. Con todo. Sin hablar de él.

Un día vino el hombre de los letreros otra vez. Con el nuevo. Le traía al tío G. el nuevo letrero que le había encargado. Subí a llamarlo. Estaba en su cuarto. En su cama. Leía. La levadura. Otra vez. La levadura. Leía otra vez el mismo libro viejo sobre la levadura. Mientras bajaba y lo escuchaba bajar a ver al hombre, lo abrí. Lo abrí. Dentro. Al principio, en la página blanca del principio. Dentro estaba el nombre del abuelo. Y la fecha. Abril de mil novecientos algo. Luego cuando bajé, vi el nuevo letrero. Seguía poniendo panadero. La espiga no estaba.

Fin

Jeden Tag (Todos los días)

No puedo pensar, al pensar me topo de continuo con fronteras, en el salto aún logro atrapar algo, pieza a pieza, el pensamiento coherente, desarrollado, me resulta del todo imposible. Carta de Franz Kafka a Felice Bauer, 10/16 de enero de 1.913. En la imagen, Hombre con la cabeza sobre la mesa. Dibujo de Franz Kafka.


Los recibos. Son las nueve y cincuenta y siete. El teléfono. Los recibos. Suena el teléfono. Nadie lo coge. Tú estás con esto: los recibos. La ventana no cierra bien. Se escucha la calle. Los coches y los autobuses y las motos y todo. Todo hace tanto ruido. Los recibos. Los recibos también. Son las nueve y cincuenta y ocho. A las diez S. baja a por su café. Llaman otra vez. Hay que pedir agua. Nos la traen los martes. El primer martes de cada mes. Hay que pedir ya. Los recibos. Hoy es jueves. Creo que S. va a bajar ya. Son las nueve y cincuenta y nueve. Está apagando el calefactor. Los recibos. Hace frío. Tienes que meter los recibos de febrero y hace frío. Todos tienen encendidos sus calefactores. Nos compraron uno para cada uno. No, uno para cada mesa. Todos lo tienen encendido. Hace frío. Los recibos. Miro. Miro y miro los recibos de febrero. Tengo que meterlos. Hago como que escribo algo. Los recibos. Sí, parece que los estás metiendo. Escribo y borro en seguida lo que he escrito. Lalisdfndsjfneitro wonfkjs j nkjfn sf we rpweijvdsvdv . Y borrar. Y otra vez asn o pin wejnsdhjbwoufh sd. Ya. Borro. Ya. Estás trabajando, pienso. Me meto la mano en el bolsillo. Hace frío. Tengo dos caramelos. Los saco. Menta. El abuelo comía siempre sus caramelos. No sé si encender mi calefactor. No hace tanto frío. Además, con el de M. vale. El de M. está tan fuerte que me llega. Subo la pantalla, la coloco bien: sí, así, así trabajas mejor, seguro que parece que me digo algo así. TRgrnivn pi lob ajhfbewifnvk dj ofewi fejhbds. Turienfjw nweij njn sn weofjnv v ej d ljkwen jkjsd . jf n. sepn qiru ves njkvns ñ aves fjnvern. Y borro. Ya. J. sube ya. Miro la hora. Las diez y uno. La escucho por las escaleras. Sube igual que siempre. Cuando S. baja. Sube y subirá y llegará y entrará, colgando el bolso. Huele a tabaco. Abajo en la puerta se habrá fumado su segundo cigarrillo de la mañana. Antes de subir. Colgará el bolso y encenderá su calefactor. Hace frío. Todo es igual. Todo. Las mismas cosas, los mismos gestos. Todo. Apago la pantalla y la vuelvo a encender. Me siento solo mientras tanto. Durante el segundo con la pantalla sin nada. En negro. Negro oscuro. Solo. Los árboles no tienen hojas, casi. Me giro para mirarlas. Se giran para mirarme. Hace viento. Frío. Se mueven. Cae alguna. Quiero saber para qué sirve estar sentado. Todo el día. Todos los días. El mismo gesto en la silla. Sobre la mesa. Cuando suena el teléfono. El gesto de escribir y de borrar. Los recibos. Sí, me gustaría saber para qué sirven los recibos y para qué sirve que los meta. Si no lo hago. Si no lo hago y escribo y borro y escribo y borro y no los meto. Si todo es igual. Todo. No pasa nada. Estoy cansado. Hace frío. No estoy metiendo los recibos fríos de febrero. Son las diez y dos. Lo miro en el reloj de la pantalla. Exactamente colocado como siempre. Todo es igual.

Fin

Nacht

Vista nocturna de la colina Matsuchiyama y del canal Sanya. Cien famosas vistas de Edo. Utagawa Hiroshige.

Es veintidós de enero. Martes. No sé por qué me he aprendido que sea veintidós. No lo sé. A lo mejor lo he visto en un recibo o en las noticias o donde sea. Sí, seguro que en un recibo. Me parece raro que todavía sea veintidós. A las ocho. Que a las ocho de la tarde sea veintidós todavía y que a las ocho las llamen de la tarde, porque es de noche ya. Hace frío y es de noche. Pero las llaman ocho de la tarde y si le pregunto a alguien, a cualquiera, si pregunto seguro que me dicen: hoy es veintidós. Y martes. Y me parece que no. Cuando salgo me parece que no puede seguir siendo el día que sea, aunque todavía no han cerrado todas las cosas, las tiendas y los bares y todas las cosas, aunque todavía no duerme nadie, no me parece que pueda seguir siendo todavía veintidós. Veintidós no. Ni martes. Hace frío. Vamos con las manos en el abrigo y nosotros dentro del abrigo. Hace frío. No sé cómo la gente quiere fumar todavía. Con el viento y con el frío y con el viento frío. En las cajetillas están todavía los avisos. Fotos y avisos. Fotos de carne enferma, de carne muerta. Rojo y negro y avisos que dicen que fumar mata. Que puedes matarte fumando. Fotos de gente que se ha matado de fumar y gente que llora encima del muerto. Pero la gente sigue fumando. Lloran y lloran los de las cajetillas pero la gente fuma y tienen frío en las puertas, hace frío, pero fuman. Deben de tener frío así, sin una mano en los bolsillos del abrigo. Ahora ya no. Es tarde. Son las ocho.

Todos van a casa. En las ventanas hay luz. Las cafeterías tienen ya únicamente gente sola. Beben sus tazas. Me gusta pensar que sorben. Sí, sorben suena mejor. Sorben y miran fuera. Fuera. Hace frío. El café cae caliente. Consuela. La garganta. El abuelo tenía siempre caramelos para la garganta. Comía siempre sus caramelos. Le dolía la garganta. En seguida. Cuando empezaba el frío. En noviembre o así. Pero en enero. En veintidós. Veintidós de enero. Martes. ¿Era martes también? Sí, creo que sí. Era martes y saliste a beber cerveza y te acostaste con el sabor a cerveza en la boca, en la lengua, en los dientes, te acostaste con la boca amarilla y la cabeza fría, como una piedra, como musgo, quieto, pero mamá gritó, gritó, sí, de noche, de repente, hacía frío, el musgo dejó de crecer, la piedra hablaba, gritaba, el grito de mamá estaba en la piedra, en tu cabeza, saltaste de la cama, al abuelo le había pasado algo, había llamado la mujer que lo cuidaba, que dormía con él para cuidarlo, en la casa de los abuelos, aunque no, la abuela ya no estaba, ya no era la casa de los abuelos, era la casa del abuelo, que dormía con la muchacha que mamá y la tía habían contratado para que lo cuidara por las noches, y llamó, al abuelo le había pasado algo, no hablaba, no respondía, tenía la boca rara, mamá gritaba, con al boca como un fuego, gritaba, gritaba y gritaba, hacía frío, saltaste, te habéis quedado dormido, solo un poco, te parecía que solo un poco, la boca te sabía a cerveza todavía, tenías sueño pero no tenías sueño. Os fuisteis. Y mamá estaba enfadada porque habías tardado mucho en cambiarte. Porque habías encendido el calefactor para cambiarte. Lo decía en el coche. Pero hacía frío.

Alguien ha dicho en la oficina que mañana va a llover. Tienes sueño. Los ojos. Los ojos. Todo el día dentro. Pegados. Cosidos. Sí, como cosidos. Uno se cansa. Uno tiene sueño. Las farolas llenan la calle. Las hojas caídas. Marrones. Negras. Son blandas. Es extraño. Se pisan y parecen tan blandas como para dormir encima. Los pobres arreglan los cajeros con mantas y trapos y cosas. Pero no con hojas. Parecen tan cómodas. Hay gente que duerme en camas con algodones y con agua. Con hojas. Seguro que con hojas también se puede dormir. Seguro que hay alguien. Alguien. Farolas. La luz es demasiado lenta. Pero hace nada era temprano y todo el mundo salía y madrugabas y te dolían los ojos de madrugar y de que fuera tan temprano. Ya casi llegas. Ya. Con los ojos cansados. Pero ahora llegarás. Has comprado el pan y el salchichón. Y ahora lo cenarás. Delante de la tele, que cura los ojos. Y todos van a casa. Pero hace nada era temprano. Y mañana. Mañana lo volverás a pensar. Que hace nada era ayer. Ayer. Pero es hoy. Dos abuelos salen de la farmacia. Las bolsas que dan son baratas. Malas. Se ve lo que llevan dentro. Se ve la caja con pañales. Van del brazo. Como si uno de los dos fuera a caerse. Ya llegas a casa. No son las ocho de la tarde. Es de noche. De noche.

Fin

Verano de mil novecientos y algo

Viña vieja hundida en el suelo.

Ya no está. Ya no vive nadie allí. Pero el amigo del abuelo tenía siempre uvas. Siempre. Íbamos a su casa. Nos sentábamos con él. El abuelo sabía que me gustaban mucho e íbamos. Ataba al perro. El abuelo lo acariciaba para que viera que no pasaba nada, que no hacía nada. Pero luego lo ataba. Sabía que me daba miedo. Y nos sentábamos con el hombre, que me cogía las más dulces. El patio era verde. Se estaba bien. Olía a verano. Ellos se bebían su copa de lo que fuera. De vino o de lo que fuera. A veces me dejaban probar. Mojarme los labios. Y hablaban. De la guerra o del campo. Yo seguía con mis uvas. Miraba al perro. Su cuerda. Se estaba bien. Hoy he pasado por la casa. No sé por qué. Todo está sucio. Todo está viejo. Ya no vive nadie allí.

Fin