Nadie / Niemand

Dedicatoria de Federico García Lorca a Antonia Mercé en su ejemplar del Primer Romancero Gitano.

La psicóloga me ha dicho que le hable a algo. Al mando de la tele o a la nevera. Al invierno. A algo. Pero no solo. Que intente no hablar solo. No hablarme. Me he comprado una planta. La de la tienda me ha dicho lo que es. Cuando se la he señalado me lo ha dicho: algo. No me acuerdo. En la acera hay limones. Ahora me doy cuenta. Si alguien me pregunta ahora qué hay en la acera, lo sé en seguida: limones. Esta mañana no. Lo gracioso es que esta mañana antes de salir de la tienda de las plantas, de la floristería, porque casi todo lo que tienen son flores, antes de salir de allí con mi planta nueva no sabía que había limones plantados en la acera. Había árboles, pero nada más. Es raro. Los árboles siempre han sido árboles para mí. Si lo pienso, puedo acordarme de algunos, de los nombres de algunos. Recuerdo: almendro, castaño, avellano, abedul, roble, pino, ciprés. Y encina. Y fresno. No sé, si lo pienso, seguro que me sale alguno más. Seguro que me acuerdo de más. Pero los árboles de la acera siempre han sido árboles para mí, me parecían árboles. Si me preguntaban, aunque nadie me ha preguntado nunca por eso, por los árboles, por los limoneros de la acera, pero si lo hicieran, si me preguntaran por los limoneros, por los árboles de la acera, habría dicho eso: árboles. Nada más salir de la tienda con mi planta nueva me he dado cuenta de los limones y de los limoneros. De los limones antes y de los limoneros después. Si pienso en limones pienso en limones y no en limoneros. En limoneros pienso solo después, algo después, cuando ya he pensado todo lo que tenía que pensar en limones. Entonces me he acordado de lo que me ha dicho la psicóloga. Limón. Cuando le he preguntado al árbol, al limonero cómo se llamaba, me ha dicho eso, que limón. Que se llamaba limón. Raro, he pensado en seguida. Un limonero que se llama limón. Y si un limonero se llama limón, no es raro pensar que un limón diga que se llama limonero. Porque un limón que se llame limón sería lo normal, me ha parecido. Y lo he pensado. Y pensando en que un limón no tiene por qué llamarse limón, que puede llamarse como quiera, limón, limonero, árbol o periódico, con eso me he quedado un rato quieto delante del limonero que tiene la tienda de las plantas, la floristería, enfrente. Soy limón. Así me ha dicho. Y lo entendía. Entendía al limonero de delante de la tienda de las plantas. Le había preguntado cómo se llamaba solo por lo que me acababa de decir la psicóloga. Me ha dicho antes de salir: habla con lo que sea. Nadie lo ha escuchado. Pero estaba hablando. De repente hablaba. De repente el árbol-limonero hablaba. Y ha dicho más cosas además de eso de que se llamaba limón. Ha dicho que nadie lo escucha. Que hace frío. Que no le gustan los coches. Que sueltan mucho humo. Y que no puede respirar. Que tiene los pulmones destrozados. Por los coches. Por el frío. Destrozados, ha dicho que le ha dicho el médico. Que se va a ir. Que tiene que irse al campo. En la ciudad no. Que en la ciudad no puede seguir, ha dicho. Y de quién soy. De quién soy también lo ha dicho. No lo ha dicho: lo ha preguntado. Lo ha preguntado ahí, en mitad de la calle, en la acera, delante de la tienda de plantas, de la floristería. Un árbol, un limonero que pregunta de quién es delante de una tienda de plantas. Que dice que nadie lo escucha. Nadie.

Fin

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