Matadero

Iván el terrible y su hijo. Iliá Yefímovich Repin. Año 1.885.

Otra tarde, vamos hasta las afueras. Hasta la fábrica, donde trabajaba el tío G.. Ya no. Lleva dos o tres años en casa de los abuelos. Sin hacer nada, como dice mamá. El tejado está mal. Cuando llueve mucho, cae agua. La madera se pudre. Y el tío G. no lo arregla. No hace nada, dice mamá a la tía L. o la tía L. a mamá. Espantamos un perro con palos y piedras. No se nos acerca más. El primo A. una vez mató un pájaro así. Me lo cuenta otra vez. Ya llegamos. Ahora entran a las vacas. Les dan golpes con palos. Alguna vez le preguntamos al tío G. cómo hacían las chuletas, pero mamá y la tía L. no le dejan que nos lo cuente. Tampoco al carnicero, cuando vamos con ellas a la compra. Detrás, quietas en el gancho, cuelgan las mitades de animal. No puedo dejar de mirarlas. No puedo. Ni los ojos. Ni los hígados. Ni los sesos. Ni los conejos enteros todavía. Sin piel. Estirados. Mamá compra dos chuletas frías del mostrador. De las que hacen en la fábrica de vacas. Es lo que comemos los viernes. Cuando papá no tiene que trabajar por la tarde. Las vacas entran. Como en una procesión. Entran y entran y entran. Hay un perro negro que les ladra. Hay un hombre que les ladra también. Vestido de blanco. Con manchas rojas y rosas. Como el dibujo del zar. Lo he visto en el cuarto del tío G.. En uno de los libros de su estantería. En los libros de historia. En el libro de historia de Rusia. En el capítulo de los primeros zares. Del zar Iván. De niño no le daban de comer. Murió su padre. Murió su madre. Y los que tenían que cuidarlo y enseñarlo a ser zar le pegaban y lo encerraban y lo dejaban sin comida durante días. Y lloraba. Y los perros y los gatos del palacio iban a su puerta. Y él los tiraba por su ventana. Pero creció. Aunque no comía. Mamá dice que si no como y que si no bebo leche me voy a quedar pequeño. Pero al zar Iván lo tenían castigado sin comida y creció. Y se hizo malo. Pensaba que todos querían quitarle el trono. Hacía romper los huesos de los traidores. Despellejarles la espalda a latigazos. Quemarlos. Mandó fabricar grandes sartenes para freírlos. Los metía en agua hirviendo y luego en agua fría hasta que se les caía la piel. Los cortaba como pan: en rebanadas. Mamá no quiere que leamos los libros del tío G.. Los de la estantería de su cuarto. No quiere que entremos. El zar mató a su hijo. Se volvió loco y lo mató. Con un bastón. En la cabeza. Y del agujero en la cabeza salía sangre roja y rosa. Lo he leído en el libro del tío G.. Roja y rosa. Como la ropa del hombre. Cuando nos vamos, sigue empujando vacas adentro. Algunas se mueven ya sin que les pegue.

Fin

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