Mañana es lunes
Nada. Solo un poco de olor a detergente. El vecino de abajo ha lavado ropa. Ahora la cuelga. Ahora quiere que se le seque. Hace sol aún. Aire suave. Mira abajo. Hay gente. Pasean. Hablan. Miran. No quieren que la tarde acabe. Mañana es lunes. Pasa el tiempo. Escucha al vecino abajo. Tiende más ropa. Pasa un poco más de tiempo. Lento. Se fija en la tienda. Nadie se fija en ella. Se fija en la tienda en la que nadie se fija un domingo por la tarde. El dueño se lleva la ropa los sábados. Han roto otros cristales en la calle. Para robar dentro. Salchichones y cerveza y cigarrillos y más cosas. El hombre no se fía. Se lleva la ropa que vende cada sábado por si acaso. Pero deja los maniquíes. Desnudos. Tan secos. Se fija en ellos. Anoche los vio. Cuando volvía. Vio al hombre que ya cerraba. Y a los maniquíes que le recordaron a un muerto. A uno que no pueden enterrar bien. Como si se hubiera suicidado. En el pueblo de los abuelos había algunos así. Fuera del cementerio. Les quitaban los palos que los familiares les ponían encima. Como una cruz. Los niños se las quitaban. Huele. A ropa y a detergente. A cosa secándose. Pasa un poco más de tiempo. Mañana es lunes.
Fin