
El hombre quiere pagar. La cajera le pregunta cómo. Si con tarjeta. Si en efectivo. Te lo preguntan ya siempre. Aunque lo sepan. Cómo pagas. Antes no. No preguntaban. Antes siempre se pagaba con monedas. Con billetes. Nadie pagaba con tarjeta. Pero ahora les tienen dicho que pregunten antes. Siempre. Le miro los ojos. Le miro los ojos mientras cuenta dentro de su monedero y me acuerdo de la abuela. Por lo menos tres veces cada año tenía que operarse. Tenía una enfermedad rara. La misma que su padre. La misma que mamá. Igual de rara y de avanzada. Desde pequeños. Empezaban a quedarse ciegos desde pequeños. Le inyectaban algo. Le movían algo dentro. Para que pudiera seguir viendo. Un poco más. Se iba tres días a esa clínica. Se iba y a los tres días ya estaba otra vez en casa. Y no salía de su cuarto. No podía salir. No podía darle la luz. Nada de luz. La cabeza le dolía. Los huesos del cuello. Y los ojos. Todo. Le dolía todo. Se quedaba dos o tres días en su cuarto. Con las persianas bajadas. Con los ojos vendados. Con la puerta cerrada. Como un monstruo. Mamá no me dejaba entrar. No quería que entrara. Que nadie entrara. La veía solo un segundo. Cuando ella pasaba a limpiarla. Por el hueco de la puerta. Estaba en su cama. Sentada. Como mirando. Hacia ninguna parte. El hombre solo lleva comida preparada. Dos cosas. Algo de carne. Y verduras. Junto a los yogures y la leche y los quesos hay un departamento de comida preparada. La cocinan por la mañana. Alguna vez he cogido algo. Albóndigas o algo. Le cuesta encontrar el dinero justo en su moderno. Pienso en la abuela. En su cama. En su cuarto. Sin luz. Sin ojos. ¿Qué pensaría? ¿Qué se le pasaría por la cabeza? Sin luz. Sin ojos ¿Por qué no veo?
El hombre ya ha pagado. La cajera pasa mis cosas por el escáner. Me dice que el hombre viene todos los días. Que se lleva algo preparado todos los días. Para comer. Antes venía con la mujer. Venían los dos. Pero ella no viene ya. Viene él solo. Van a poner repartidores, me cuenta. Porque hay muchos abuelos que vienen a comprar la comida preparada. Van a poner repartidores para llevársela a casa. Para que puedan apuntarse y que se la lleven a casa. Meto todo en la bolsa. En la puerta un pobre bebe cerveza. Habla solo. Sois unos cerdos, dice. Parece que a todos los que salen. Me voy. ¿Por qué no veo? La abuela preguntaba por qué no veía.
Fin