Los ahorcados

Los ahorcados, por Leon Spilliaert. Año 1.912.

Mañana es el día de los muertos. Había gente en la puerta de la floristería esta mañana. Antes de que estuviera abierta. Esperando. Casi todo mujeres mayores. Y hombres. Viejos también. Todos queriendo comprar flores para sus muertos. Para mañana. He visto otra vez a la abuela de enfrente. La que está a veces en la ventana. La recogen a las ocho y poco, sí. Hoy otra vez. Cada mañana. El muchacho de la residencia la sube a la furgoneta y se van. En un lateral pone: centro de mayores. Sube a buscarla. Bajan. La deja en la puerta. En su silla de ruedas. Hace frío. La mujer lleva una manta sobre las piernas. Echada. Monta la rampa el muchacho y vuelve. Y la sube. Y se sube él también. Y arranca y se van. Hace frío. El tubo de escape parece que tose. Mañana no abren nada. Es el día de los muertos. No abren las oficinas ni las tiendas y a lo mejor tampoco el centro para mayores. Llevo pan y salchichón y cerveza para dos días. El supermercado estaba lleno. Me gusta cuando llego y es tarde. Y todo está cerrado. Y quieto. Y callado. Ahí un cubo. Estoy al lado de la floristería. Me doy cuenta. Huelen. Cortados. Trozos verdes. Se contagian. Unos a otros. Se olvidan. Se oxidan. Se pudren. En silencio. Despacio. Quietos. A pesar del frío. En el portal pone que el lunes encienden la calefacción.

Fin

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