El nuevo letrero

Bäckerei Ernst Müller, Hannover, 1921

No sé quién fue. Creo que el primo A., pero no lo sé, un día alguien dijo que un hombre preguntaba por el tío G.. En casa de los abuelos. Subí yo a llamarle. Estaba en su cuarto. En su cama. Leía. La levadura. Leía de un libro viejo sobre la levadura. Le dije que un hombre preguntaba por él. Era raro. Porque todos decían que el tío G. no tenía amigos. Que era raro y que por eso no conocía a mucha gente. Pero había un hombre. Preguntaba por él. Lo pensaba mientras subía. Bajé con él. No con él: detrás. Detrás suya. Bajé detrás de él. Las escaleras de casa de los abuelos hacían ruido. Eran de piedra pero el borde estaba hecho de madera. Por eso sonaban. Se nos escuchaba bajar. El hombre que preguntaba por el tío estaba con el primo A.. Sí, con el primo. Ahora me acuerdo. Fue el primo A. el que primero lo vio. El hombre traía el letrero debajo del brazo y se le veía un poco. Esa noche ya estaba colgado.

El tío G. era panadero. Así decía el letrero de su puerta: panadero. No panadería. Mamá y la tía L. le preguntaban por qué lo había encargado así: panadero, panadero y no panadería. En todas las panaderías ponía: panadería, no panadero. Panadero no lo ponían en ningún sitio. Se lo preguntaban, le explicaban que en todas partes ponía panadería y que no tenía sentido poner panadero, que en el pueblo, en la otra panadería, ponía panadería, y no sol en el pueblo, en la ciudad también, que donde nosotros vivíamos, al lado, debajo de casa, en la puerta de al lado, había una panadería y que ponía panadería. Eso le decía mamá. Y horno. Que probase con horno. En algunos sitios también había visto que ponía horno.

Que encargara otro letrero. En la comida. Se hablaba de eso en la comida. Creo que se lo decían mamá y la tía L.. O la abuela. No me acuerdo. Pero siempre alguien hablaba de eso, de la panadería y del letrero de la panadería y de que el tío debería cambiarlo, encargar otro, encargarle otro al mismo que se lo había hecho, porque era bonito, el letrero era bonito, era blanco, con las letras en amarillo, no en amarillo, en dorado, en algo así como dorado, y con el dibujo de de una espiga de trigo, dorada también, el letrero estaba bien, pero había que cambiar lo de panadero, había que poner panadería, sí, con panadería quedaba mejor, estaría mejor: panadería, y la espiga dorada al lado. Sí, mucho mejor así. Aunque no tuviera nombre. Mamá decía que tenía que ponerle un nombre, que lo de panadería, sin más, tampoco estaba bien, que tenía que pensar un nombre para la panadería, un nombre bueno, y encargar el letrero entonces, con la espiga, la espiga les había gustado a todos, no querían quitarla, pero el nombre sí, cambiar lo de panadero por panadería o por horno y darle un nombre. Un nombre. Así comíamos a veces. Hablando de la panadería y del cartel de la panadería. Del pan no. Del pan que el tío G. traía no se hablaba. Su pan. Bueno, dorado. Pero no se decía nada de él. Lo partíamos. Lo masticábamos. Lo tragábamos con la comida. Con todo. Sin hablar de él.

Un día vino el hombre de los letreros otra vez. Con el nuevo. Le traía al tío G. el nuevo letrero que le había encargado. Subí a llamarlo. Estaba en su cuarto. En su cama. Leía. La levadura. Otra vez. La levadura. Leía otra vez el mismo libro viejo sobre la levadura. Mientras bajaba y lo escuchaba bajar a ver al hombre, lo abrí. Lo abrí. Dentro. Al principio, en la página blanca del principio. Dentro estaba el nombre del abuelo. Y la fecha. Abril de mil novecientos algo. Luego cuando bajé, vi el nuevo letrero. Seguía poniendo panadero. La espiga no estaba.

Fin

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