El loco

El loco. Pablo Picasso. Museo Picasso. Barcelona. Año 1.904.

J. dice que soy un cobarde. Que no me atrevo. Toca la mancha de sangre con los dedos y me pregunta que por qué yo no me atrevo. Aprieto el palo fuerte. Le doy con la punta a la mancha. Se ríe. Cobarde, dice otra vez. Me agacho. La toco. Está seca. La tierra está seca. El abuelo dice que ya no llueve. Que el tiempo ha cambiado. Dice que cuando él era pequeño llovía mucho. Y fuerte. Está todo seco. El río. Los árboles. El suelo. Seguimos hacia la fábrica. J. me pregunta si voy a entrar. Si voy a atreverme. Mientras se saca una piedra del zapato. Ya llegamos. Hay otra mancha vieja delante. J. la toca también. La fábrica. Todos en el colegio dicen lo mismo. Que hay alguien dentro. Viviendo. Un pobre o alguien así. Y que han entrado. Alguna vez. J. también lo dice. Que una vez entró con su primo. Y que lo vieron. Al pobre de la barba. Tenía una barba muy larga y gris. Como sucia, dice. Los echó a gritos. Está loco, dice. Nos acercamos. Las ventanas están tapadas. Con trozos de madera. Con clavos. J. tira de uno. No consigue nada. Hay un hueco. No se ve lo de dentro. Oscuro. Muy oscuro. J. me dice que me asome. Los ladrillos están calientes. Los toco al asomarme. Me asomo. No se ve nada. Todo negro. Muy oscuro. No se escucha nada. Todo está como muerto. A lo mejor no hay nadie. Lo pienso. A lo mejor no hay nadie dentro. Un perro ladra lejos. Muy lejos. J. quiere que entremos. Me limpio las manos en el pantalón. Los ladrillos rojos están muy sucios. Rodeamos la fábrica. En otra ventana. Sin madera. Abierta. Como una boca negra. Nos asomamos. No se escucha nada. No hay nadie. J. se sube. Me dice que no sea cobarde. Un cobarde, dice. Entramos. No se escucha nada. Piso despacio. Hay papeles por el suelo. De periódico. De publicidad. De supermercados. De comida. Y latas de cerveza. Verdes y rojas. Muchas latas. No quiero hacer ruido. No se escucha nada. J. dice que busquemos al loco. Que tiene que estar durmiendo. En algún rincón. Bebe. Bebe mucho. Es un borracho, dice. Cuando no bebe es porque se ha quedado dormido, dice. Huele. Huele a algo. Como cuando un perro se lo hace en una pared. Huele muy fuerte. No se escucha nada. A lo mejor no hay nadie. A lo mejor se han inventado lo del loco, me digo. Pero no. Llegamos. En una esquina hay un bulto. Como la ropa cuando mamá va a lavar. Cuando la reúnela toda en el suelo del cuarto. Hay un bulto. Se mueve. Muy poco. Pero se mueve. Respira. J. me lo señala. Todavía tengo el palo. J. me lo señala también. Que le dé, me dice con los ojos. Que si no me atrevo. El bulto casi no se mueve. Casi no respira. No me muevo. J. me lo señala otra vez. No. No. Me coge el palo. Se acerca. El bulto no se mueve casi. Se acerca. Aprieta el palo. Le miro la mano, cómo lo aprieta. Como si fuera una espada. Se acerca. Se acerca. Y con la punta. Muy poco. Como si tuviera miedo. Como si fuera a saltar sobre él de repente. Con la punta del palo toca el bulto. Pero nada. El bulto no se mueve. No se mueve. Me da el palo. Me lo señala. Que le dé yo también. Que me atreva. Pero no. No. J. se ríe. Volvemos. Volvemos a la ventana. Donde los papeles. Donde las latas de cerveza. J. les pega dos o tres patadas antes de salir. Y nada. Pero de repente un grito. El bulto grita. De repente. Que lo habremos enfadado, dice J.. Que si ahora se levantará a leer sus papeles de publicidad. Salimos. Corremos. J. se ríe. Dice que soy un cobarde. Se ríe. Corremos lejos.

Fin

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