
Después de las siete. Ya es de noche. Las mesas. Las sillas. Todo ordenado. Y gente. Gente ordenada también. En mesas. En sillas. Beben. Comen. Piden mas bebida, piden más comida, beben más, comen más. Me duele la cabeza. Beben. Comen. Beben y comen y beben y comen. Si la cabeza no doliera se estaría bien aquí. Como ordenado. Mi mesa. Mi silla. Uno sale. Se sienta ahí. Me pregunto cómo olerá el baño. Lo limpian todos los días, todas las tardes y todas las noches, varias veces todos los días y todas las tardes y todas las noches. Se ven siempre mujeres con fregonas y cubos y agua sucia y agua limpia. Seguro que huelen bien. A ese le llevan un bocadillo. No me da tiempo a ver de qué es. Espero. Espero. Miro y espero. Ya. Queso. Queso y otra cosa. Algo más. Muerde. Espero a que muerda. Muerde y mastica y traga como si no hubiera nadie mirándolo. Como un perro. Ya muerde otra vez. Ya. Tengo que mover la boca. Hago como si comiera también. El suelo. El suelo es negro oscuro. Se ven bien los trozos de cosas. Restos de pan. Azúcar. Servilletas. Dos manchas de aceite. Se ve todo bien. Incluso el azúcar. Ya. Muerde otra vez. Bebe de su cerveza. Me fijo en cómo mueve la cabeza, el cuello y todo. Hay dos. Hay dos clases: los que llevan la comida a la boca y los que no. Los que llevan la boca a la comida. Como un perro. El hombre come así. El suelo es tan negro que lo ve todo. Café. Huele. Ya. Si, huele. Tengo que quedarme en mi mesa. En mi silla. Echo la cabeza atrás. Duele. La espalda y el cuello y los ojos y todo. De todo el día. Después de las siete ya es de noche.
Fin