Anochece. ¿Cuánto falta para navidad? La gente tiene ya las luces puestas. Puestas y encendidas. Parpadean. Chirrían. Hasta mañana. Un día y otro y otro. Hasta que se acuerdan de apagarlas a la mañana siguiente. Marrón. Como tabaco. Era eso. Este tiempo. Era recoger las hojas que se habían caído. Las más bonitas. Marrones y enteras y que olían a eso. A tiempo. Y llevárselas a mamá. Ahora hay una empresa que se dedica a ordenarlas en montones y a barrerlas y a meterlas en cubos y a hacerles lo que sea. A quemarlas o a venderlas como algo. ¿Cómo serrín? No lo sé. Venden álbumes en blanco. Con páginas limpias. Para coleccionar cosas. Para pegar cosas que coleccionar. La gente colecciona cosas. Sellos y billetes y etiquetas de cerveza. A lo mejor también hojas. Para aprender cómo es cada hoja. Cada árbol. Toco el radiador del salón. Siempre tengo las manos frías. Me regalaron unos guantes de pequeño y no he vuelto a tener. Podría comprarme unos. Siempre tengo las manos frías. Sobre todo en casa. Me quedo un rato en el radiador de al lado de la ventana. Anochece. Anochece. Con gente que viene de misa. Con gatos sueltos. A algunos les falta medio rabo. O un ojo. Los miro. Anochece.
Fin